martes, 7 de agosto de 2012

La llegada de un hijo


Carolina Martínez

Dar a luz… cómo se representa la llegada de un hijo por parte de los padres, es acaso “luz” para todos, o para algunos se llega a vivir consciente o inconscientemente como “oscuridad”. Dolto mencionaba que “el alumbramiento de un hijo siempre era un retorno al cuestionamiento, a veces doloroso. El alumbramiento del ser humano no es tan solo alumbramiento carnal, sino también simbólico, alumbramiento de lenguaje”. Con lo anterior parto para pensar y replantear la pregunta que muchos padres llevan a la consulta: “cómo puede ser que mis hijos sean tan diferentes, si los hemos educado de la misma forma, no hacemos diferencias, les damos lo mismo, no tenemos preferidos”, sin embargo en muchos momentos es un esfuerzo por parte de los padres para evitar caer en cuenta de las diferencias que llegan a hacer, y en muchos de los casos, para no recordar las propias diferencias que sus propios padres hicieron cuando estuvieron en el lugar de hijos.


                Pareciera que en la actualidad la parentalidad, representara más dudas que certidumbres; los padres dudan más de ellos mismos, su actuar esta sesgado por lo que los especialistas o la sociedad en general plantean. En muchos momentos se sienten atrapados y su actuar a la vez limitado por los mandatos, a tono de “recetarios de comportamientos ideales”, muchos de estos plateados por “especialistas en la salud mental”, los cuales van recetando a manera de dogma, conductas que ayuden al padre a ser “mejor padre”, y que esto genere que los hijos no tengan traumas, y sean felices. El efecto que esto tiene en los padres, es llamativo, ya que muchos de ellos siguen las recomendaciones como mandatos divinos, que deben de ser obedecidos sin cuestionar, posicionándose como niños que obedecen ciegamente la ley de los padres-terapeutas. O en el peor de los casos los padres terminan convencidos de que deben de ser los “amigos” de sus hijos, con tal no tener problemas con ellos.
                

                Como menciona Catheline Mathelin, “los hijos no necesitan padres compinches sino adultos que les muestren el camino. Para conservar su lugar, también hace falta que las personas grandes hayan superado la adolescencia ellas mismas”. Tomando en cuenta lo anterior, considero que los padres deben de arriesgarse a ser más ellos mismos (con sus capacidades y limitaciones), y con esto darse la posibilidad de ser espontáneos con sus hijos, y no una especie de “máquina” re-programada, que no se equivoca o que tienen siempre las respuestas correctas, para con sus hijos. Tomar el riesgo de ser, con todo lo que ello implica.

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