Diciembre 2010
Carolina Martínez D
Qué
es lo que se juega en el proceso de pasar de una etapa a otra, de perder la
adolescencia y nacer en la adultez, cómo
es que se sabe que se ha dejado de ser adolescente y se ha empezado a ser
adulto; existen “adultos” que siguen siendo adolescentes en su interior o en su
defecto adolescentes que tienen la edad para ser adolescentes e internamente
sus actitudes reflejan más una adultez; es que el humano deja en su totalidad
de ser adolescente para tomar otra apariencia, que claro no solo se queda en el
ámbito de lo físico, sino principalmente desde lo subjetivo. Cómo puede el
medio, la sociedad comprobar o bien
evidenciar que ese joven a dejado de ser adolescente para convertirse en un
adulto, que ha dejado el manto protector de la adolescencia para emprender el
pasaje de ser adulto; cómo es que un padre puede evidenciar que su hijo ha
crecido y ha dejado de ser un adolescente y se ha convertido en todo un hombre
o mujer, en pocas palabras cuándo se deja de ser adolescente y se pasa a ser
una adulto, qué cuestiones internas y externas deben de atravesar para poder
decir que el adolescente ha “muerto” y ha “nacido” por consecuencia el adulto.
Estas serán las preguntas con las
que iniciaré mi análisis y que se centrarán principalmente en analizar el
proceso de transición de la adolescencia a la adultez, además de poder caer en
cuenta que no se podrá analizar dicha problemática sino se entiende el contexto
particular por el que atraviesa cada joven su adolescencia, en otras palabras
digamos que no podemos entender esta transición sino conocemos el contexto histórico,
social, cultural, político, económico (por mencionar solo unos aspectos), los
cuales tocarán, formarán y/o deformarán la subjetividad del joven adolescente,
y con esto entender que aunque dos adolescentes estén atravesando la misma
etapa de adolescencia, y compartan ciertas características básicas (o al menos
las más elementales que tienen que ver con los cambios biológicos por lo que
atraviesa cualquier joven en el inicio de esta etapa) nunca podrán ser los
mismos, por poner un ejemplo las características de los jóvenes de México y los
Japón; que aunque también es un hecho que no porque vivan en el mismo país van
a atravesar el mismo proceso adolescente, si habrá más cosas en común entre sí,
si son producto de una mismo país o estado, que si son de países con diferentes
culturas.
Esto me lleva a que puntualizar que en el ramo
de la psicología, psicoanálisis o bien todo aquella área que implique el
estudio de la subjetividad; es complicado platearse hacer generalizaciones,
reglas, normas, o dogmas, y que por lo regular estas llevan a “pervertir” la
visión o mirada que se tiene sobre cualquier tipo de fenómeno humano, o cualquier
fenómeno en lo que lo humano se ve implicado o afectado directa o
indirectamente.
Me detendré un momento a tomar y
hacer mías las palabras de Octavio Paz, notable escritor mexicano (dicho sea de
paso el único premio nobel que México ha tenido en cuestión literaria) lo cual
nos ayude a ir apuntalando de una forma más directa nuestro tema a tratar que
si bien tiene que ver como ya lo decía anteriormente con replantearlos qué es
lo que se juega en el proceso de transición de la adolescencia a la adultez,
esto me ayudará a empezarlo a ligar con otro proceso: el de Orientación
Vocacional, que si bien la intensión del presente trabajo no será el de
desarrollar o explicar el mismo, tendré que tocarlo de paso para poder entender
lo que nos atraviesa en el desarrollo del presente ensayo. Paz decía: “la vocación más que un proceso intelectual
es algo sobre todo afectivo, vinculado principalmente con las emociones, con el
espíritu, con la esencia humana”. En ese sentido cómo entender la
interrelación entre la orientación vocacional y el paso de la adolescencia a la
adultez, que si bien con esto no quiero plantear que sea indispensable el
atravesar por un proceso de O.V con un profesional para poder atravesar
satisfactoriamente el duelo que se vive al pasar de una etapa a otra, sino solo
lo tomaré la O.V como un proceso que nos puede también ayudar a entender la
transición que se vive de una etapa a otra de la vida.
Regresando con Paz, y la concepción
que éste tenía sobre la vocación, la cual la llega a ubicar como un proceso que
se vive no desde lo intelectual, sino más bien desde las emociones, siendo
estas emociones las que permiten al sujeto poder acomodar el montón de
vivencias que se atraviesan a la hora de transitar por un duelo, un duelo no
solo por el cambio desde lo corporal y
de las responsabilidades que van adquiriendo, sino más bien desde lo subjetivo.
En esto me detendré un momento a plantear y a la vez incluir cómo lo que
comentaba en un inicio, con respecto a tener que contemplar el contexto por el
que atraviesa el sujeto, que en este caso,
un contexto lleno de complejidades como las que representa la sociedad
postmoderna, y retomo a Marina Müller (2007) para entender al sujeto postmoderno,
al decir de la autora, el sujeto producto de la cultura postmoderna, “es aquel en el que se acrecienta el
individuo como centro, con invitación al hedonismo y consumismo
“democratizados” en las sociedades del bienestar, en contraposición a la
decadencia del ideal social y de los intereses colectivos de la primera etapa
de la modernidad, caracterizada por la expansión industrial y la ética de la
productividad y de la austeridad”. También es cierto que debemos de
entender que la posmodernidad no se vive de la misma forma en África, por solo
poner un ejemplo, que en Argentina, México o París.
Estamos en un momento donde no se
puede dejar de lado la influencia de la globalización en todo el mundo aun en
los países más pobres, es de hacer notar que en éstos la postmodernidad no se
va a vivir de la misma forma, digamos que son la clase más desfavorecida,
aclaro, en el sentido (posiblemente) de vivirlo como algo ambivalente, ya que
es algo totalmente extraño a su realidad, en el sentido de tener que subsistir
con las pocas oportunidades que su contexto le presenta, en todos los ámbitos,
los cuales se ven impactados principalmente por su precaria condición económica, educativa, de
salud, por solo mencionar algunos aspectos.
Una sociedad donde no se pueden garantizar
a los ciudadanos las mínimas necesidades básicas, como lo son el alimento,
agua, vivienda, educación, trabajo, servicios básicos (agua potable, drenaje,
electricidad, gas entubado, teléfono, -e internet en nuestros días-) es
imposible que se garanticen otro tipo aspectos como lo sería una sociedad que
pueda considerarse “armoniosa”, que si bien no pretendo desarrollar que
significaría lo armonioso en una sociedad, es claro que esta característica
apunta a que pueda formar sujetos lo mas “sanos” posible o mejor dicho con una
consciencia empática, de bien común, que
pueda garantizar el cumplimiento de los derechos humanos y con esto ayudar a
que la sociedad que se geste, sea lo más “positiva” posible y genere en sus
ciudadanos un inconsciente colectivo que
permita que todos los miembros de dicha sociedad puedan desarrollarse como
consideren más conveniente a sus intereses, sin dejar de lado que éstos
intereses ayudarán a que no solo el sujeto crezca y se desarrolle, sino a que
el pueblo también lo haga.
Con lo anterior no pretendo platear
el postulado de una sociedad utópica, sino solo generar una opción que ayude en
el desarrollo integral del individuo y de la sociedad al mismo tiempo. Retomo a
Bohoslavsky (2002), cuando menciona que “los
psicólogos estamos acostumbrados a ver lo que el adolescente es, pero al
adolescente le preocupa más lo que pude llegar a ser”, además
agrega que un joven que concurre a orientación vocacional demuestra estar
preocupado por su persona en relación a su futuro; concurre a un orientador
para buscar ayuda, lo cual indica que ese vínculo con el futuro está
comprendiendo a OTRO.
Considerando lo anterior será
inevitable pensar, por un lado, la sociedad en la que desarrolla el adolescente
para poder comprender su realidad, la forma en que se vincula, piensa, actúa,
siente, cree, en pocas palabras la forma en que se constituye, pero además no dejar de lado la propia
subjetividad del joven, en el sentido de que cada adolescente representará un
caso muy específico, y con ello entender
que aquel que se encuentre como orientador, deberá contemplar el proceso
interno por el que atraviesa cada joven, para poder con esto ayudar de la mejor
forma, en su proceso de descubrir quién es y quién quiere ser en la vida.
Tomo las palabras de Ginnott,
psicólogo infantil, (citadas por Guillermo Jaim Etcheverry), donde menciona: “he llegado a la conclusión aterradora, yo
soy el elemento decisivo en el aula. Es mi actitud personal la que crea el
clima. Es mi humor diario el que determina el tiempo. Como maestro poseo el
poder tremendo de hacer que la vida de un niño sea miserable o feliz. Puedo ser
un instrumento de humor, de lesión o de cicatrización. En todas las
situaciones, es mi respuesta la que decide si una cicatriz se agudiza o se
apaciguará, y un niño se humanizará o se deshumanizará”. Si aplicamos esto a
la figura del orientador, podremos decir que es necesario que éste tome una
posición activa en el proceso que implica la orientación, pero sin dejar de
lado que el joven asumirá un papel esencial en su propio proceso de elaborar un
proyecto de vida, proyecto que no solo le permita vivir, sino también
sobresalir y sentirse feliz, en paz y gustoso de lo que hace y deja de hacer,
entendiendo que dicho proceso implicará
una constante construcción y deconstrucción del mismo.
Aunque no estoy del todo de acuerdo
con Ginnott, ya que por momentos puede percibirse en estos planteamientos, un
grado de omnipotencia, y por consecuencia esta pensarse como una postura de
superioridad ante el otro, dejando al niño o adolescente como un mero receptor;
por ello será importante que el orientador no tome una posición totalitaria, en
el sentido de asumir que sus actos son los únicos que impactarán en las
decisiones, pensamientos, sentimientos o acciones del joven; influyen, pero no
determinan.
Concluyendo, hay que entender que la
adolescencia hay que verla desde una óptica más optimista y no reducirla como
su nombre la ubica en una vil carencia (adolesceré) de algo, o en el peor de los casos pensar que segregarla
puede ser una forma de ayudarla, como lo hacían con los leprosos, según Michel
Foucault (1976), en su libro Historia de la locura en la Época Clásica I, pensando que esto ayudaría a erradicar la
lepra.
Entendamos que la transición de la
adolescencia a la adultez no solo va a depender de los recursos (emocionales,
intelectuales, sociales, culturales, psicológicos, etc.) que el joven tenga,
sino de lo que también la sociedad le
provea figuras fuertes (padres, maestros, vecinos, amigos, conocidos,
desconocidos, etc.) que le permitan crecer y lograr un buen pasaje, sin tantas complicaciones y sin
tanta postergación, de una etapa a la otra; hacer que el adolescente se
responsabilice de su vida, de sus aciertos y fallas, y con esto poder vivir con
sus virtudes, limitaciones, inconsciente, falta, muerte y vida propia y del
colectivo en el que se desarrolla.
Cierro mis reflexiones con el
siguiente poema:
EL INVENTO
Paul Éluard
La derecha deja de fluir de arena.
Todas las transformaciones son posibles.
Lejos, el sol afila en las piedras su
prisa de acabar.
La descripción del paisaje importa poco,
Muy apropiada la agradable duración de
las espigas.
Claro en mis dos ojos,
Como el agua y el fuego.
*
¿Cuál es el papel de la raíz?
La desesperación ha roto todas sus
ligaduras
Y lleva las manos sobre la cabeza.
Un siete, un cuatro, un dos, un uno.
Cien mujeres en la calle
Que no veré ya.
*
El arte de amar, el arte liberal, el
arte de morir, el arte de morir, el arte de pensar, el arte incoherente, el
arte de fumar, el arte de gozar, el arte de la madurez, el arte de decorativo, el
arte de razonar, el arte de razonar bien, el arte poético, el arte mecánico, el
arte erótico, el arte de ser abuelo, el arte de la danza, el arte de ver, el arte
de la diversión, el arte de acariciar, el arte japonés, el arte de jugar, el
arte de comer, el arte de torturar.
*
Sin embargo nunca he encontrado lo que
escribo en lo que amo.
Yo
haría un agregado a este poema: el arte de ser niño, adolescente, adulto y
viejo.
Bohoslavsky,
Rodolfo. (2002). Orientación vocacional.
La estrategia clínica. 1ª. Ed. 22ª. Reimp. Buenos Aires: Nueva Visión.
Éluard,
Paul. (2006). La capital del dolor.
5ª. ed. Madrid: Gallimard
Foucault,
M. (1976). Historia de la locura en la Época Clásica I. 12ª. reimp. México:
FCE.
Müller, Marina. (2007). Orientar
para un mundo en transformación. Jóvenes entre la educación y el trabajo. 2ª.
ed. Buenos Aires: Bonum
Simpson,
Ma. Gabriela (2008). Resiliencia en el
aula, un camino posible.1ª. ed. Buenos Aires: Bonum
Revista
Mexicana de Orientación Educativa, No. 0 (2003).Entrevista a Octavio Paz sobre
su vocación (I), Héctor Magaña Vargas.